viernes, 14 de noviembre de 2025

Residuos de plátano fermentado son fuente de hidrógeno y energía sostenible

Los combustibles fósiles, como el petróleo, siguen siendo la principal fuente de energía y también de contaminación en el planeta. Su uso intensivo elevó las concentraciones de dióxido de carbono —el gas más asociado con la actividad humana— hasta un récord de 422,5 partículas por millón, panorama que ha acelerado la búsqueda de alternativas limpias y viables. En esa ruta surge un aporte innovador: una investigadora demostró que los residuos de plátano fermentado se convertirían en una fuente eficiente para producir biohidrógeno, uno de los sustitutos más prometedores de los combustibles tradicionales.

El biohidrógeno resulta de producir hidrógeno con materiales orgánicos o mediante procesos naturales como la fermentación, una alternativa limpia y renovable frente a los combustibles fósiles, y con aplicaciones para fomentar una movilidad sostenible o para generar electricidad limpia. Frente a esto, la Asociación de Hidrógeno y el Consejo Mundial de Energía Colombia destacan que la capacidad de producción de hidrógeno renovable en el país es de 416 toneladas por año.

Con 492.000 hectáreas cultivadas y cerca de 4,9 millones de toneladas al año, el plátano es uno de los productos más importantes del país. Una manera de impulsar estas cifras es aprovechar los residuos del plátano con un enfoque de economía circular, es decir, darles un nuevo uso a materiales que normalmente se desechan para convertirlos en valor y reducir el impacto ambiental.

En ese escenario, Jenny Paola Díaz, magíster en Ciencia y Tecnología de Alimentos de la Universidad Nacional de Colombia (UNAL), comprobó que mediante un proceso de fermentación la pulpa y la cáscara se pueden transformar en hidrógeno natural y de bajo costo.

Esta alternativa pionera en Colombia fortalecería los modelos sostenibles de producción de hidrógeno, pues hoy el 76 % del generado en el país sigue siendo gris, obtenido a partir de gas natural y con alta huella contaminante, mientras un 20 % es azul, también producido con combustibles fósiles pero con captura parcial de sus emisiones, y apenas un 4 % corresponde al hidrógeno verde, obtenido por electrólisis (proceso que mediante electricidad separa las moléculas del agua) y considerado como la opción más limpia.

Frente a estas rutas tradicionales, el método evaluado por la investigadora Díaz parte de fuentes biológicas renovables, lo que abre la puerta a un hidrógeno con huella de carbono neutra, e incluso negativa, incorporando la captura y valorización de los demás residuos del proceso.

De pilar económico a fuente de energía

“La base del proyecto fue la fermentación oscura, un proceso biológico en el que los microorganismos descomponen los azúcares de la fruta y los transforman en compuestos metabólicos como ácidos butírico y acético e hidrógeno, y por último también liberan hidrógeno”, explica la magíster.

Uno de los mayores desafíos en la producción de biohidrógeno es el rendimiento. Para enfrentarlo, a la materia prima se le incorporó un pretratamiento con el fin de degradar componentes como la lignina y así facilitar el trabajo de los microorganismos encargados de generar el hidrógeno.

Sin embargo, este pretratamiento no siempre incrementó la producción, lo que es relevante porque sugiere que los residuos de plátano de Arauca son eficientes por sí solos para llevar a cabo la fermentación. “Evidenciamos que a partir de este residuo se produce hidrógeno, aunque el pretratamiento no siempre aporta a una mayor producción”, afirma la investigadora.

Por ello el proceso se continuó en biorreactores de 20 litros, con un volumen de trabajo de 12 litros, de los cuales 3 kilos correspondían a la fruta y cerca de 9 litros al agua. Durante 72 horas estos ingredientes permanecieron en condiciones estrictamente controladas: ausencia de luz y oxígeno, sin agitación y a temperatura estable.

Posteriormente, durante 4 días más se establecieron las condiciones de acidez (pH), temperatura y agitación para iniciar la etapa de producción del hidrógeno, generando un gas con un contenido máximo de 41,9 % de hidrógeno. El rendimiento fue de 1,16 moles, unidad que determina la cantidad de hidrógeno por mol de azúcar.

Así, el biohidrógeno generado tiene una aplicabilidad directa, hecho que se evidenció cuando, al final de la etapa de producción, se pudo hacer combustión y apareció una llama azul característica, demostrando que la mezcla gaseosa es capaz de liberar energía de inmediato.

Y aunque el gas se puede purificar después para obtener hidrógeno de mayor pureza, el hecho de que la mezcla inicial ya sea combustible amplía su potencial para usos directos en campo, por ejemplo para generar calor o electricidad de forma local, continua y sostenible.

Una alternativa económica viable

Una de las principales ventajas de la fermentación oscura es su viabilidad económica: utiliza residuos agroindustriales y requiere equipos mucho más asequibles que el método convencional de electrólisis, que demanda alta inversión y un consumo elevado de energía eléctrica. Además, el 38 % del residuo del plátano queda sin aprovechar tras la cosecha, lo que representa una oportunidad real para transformarlo en energía y reducir un problema ambiental recurrente en zonas productoras.

En departamentos como Arauca, en donde la alta producción ha generado la acumulación de grandes volúmenes de desechos y riesgos para el ambiente y la salud pública, este tipo de bioconversión es especialmente pertinente. De hecho, el uso de estos residuos no solo mitigaría dicho problema, sino que además se integraría a los sistemas locales de energía como alternativa renovable, particularmente en zonas rurales no interconectadas, en donde el biohidrógeno impactaría directamente en la autonomía energética de las comunidades.

Así, este método de producción se podría implementar directamente en campo, allí donde se concentra la actividad platanera, democratizando la generación de energía limpia, fomentando la economía circular y fortaleciendo la autosuficiencia energética en regiones productoras como Arauca, que supera las 36.000 hectáreas sembradas según el Instituto Colombiano Agropecuario.







martes, 11 de noviembre de 2025

Astrónoma de la UNAL revela cómo deciden las estrellas jóvenes si un planeta puede ser habitable

 El nacimiento de una estrella también marca el inicio de la vida de los planetas que la acompañan. Si en sus primeras etapas ese joven astro emite explosiones demasiado fuertes, puede destruir sus atmósferas y reducir las posibilidades de mantener vida como la nuestra. María Gracia Batista Rojas, la primera doctora en Astronomía de la Universidad Nacional de Colombia (UNAL), desarrolló dos herramientas para analizar ese comportamiento en estrellas jóvenes que hasta ahora están creciendo, lo que constituye una llave para identificar los sistemas planetarios que a futuro serían habitables para los humanos.

A diferencia del Sol actual, que brilla con relativa calma, las estrellas jóvenes son inquietas: constantemente en su interior ascienden y descienden gases extremadamente calientes, como corrientes que hierven. Esos movimientos generan campos magnéticos poderosos que en ocasiones se rompen súbitamente liberando grandes cantidades de energía. Dichas explosiones, conocidas como “llamaradas estelares”, iluminan su entorno con radiación ultravioleta y rayos X. Si cerca de ellas se está formando un planeta, su atmósfera se puede calentar, erosionar, o incluso arrancarse por completo.

Esta es la historia contada por María Gracia Batista Rojas, la primera doctora en Astronomía formada en la UNAL, quien se propuso estudiar ese “temperamento” estelar para entender cuándo una estrella permite que un planeta mantenga su atmósfera y cuándo la destruye. Para hacerlo, ella analizó miles de estrellas jóvenes en las constelaciones de Tauro y Orión, regiones del cielo en donde nacen nuevos sistemas solares. En estas zonas, esas estrellas jóvenes no son visibles a simple vista como puntos individuales, pues están inmersas en nubes de gas y polvo, y por eso no se observan “como se mira una estrella en la noche”, sino leyendo la luz que llega desde ellas y cómo cambia con el tiempo.

Leer esa luz es una tarea delicada, por eso la doctora Batista utilizó datos de telescopios espaciales que registran cómo varía la luminosidad de una estrella a lo largo de días y semanas. Cuando esa intensidad aumenta repentinamente, es señal de que ha ocurrido una llamarada.

También usó otros instrumentos que captan la radiación ultravioleta y los rayos X que se escapan de las capas externas de la estrella, lo cual permite saber qué tan activa es magnéticamente, y mediciones precisas de posición y movimiento en el cielo que le ayudaron a confirmar que pertenecían a las regiones de Tauro y Orión y que están en etapas tempranas de su vida.

La cantidad de información es abrumadora: miles de estrellas, millones de mediciones, y variaciones en la luz que podían ser tan sutiles como una respiración. Analizar esos datos a mano hubiera tomado décadas enteras. Por eso la investigadora desarrolló dos herramientas digitales propias: CATTS, capaz de medir la actividad magnética registrada en la luz de las estrellas, y FLAN, diseñada para identificar y medir automáticamente cada llamarada estelar.

Gracias a ellas construyó uno de los registros más completos y precisos de la actividad en estrellas jóvenes de estas regiones a millones de años luz de la Tierra, y encontró que las estrellas recién formadas pueden ser miles de veces más activas que el Sol en nuestro Sistema Solar, ya que sus superficies están en constante agitación y giro, y sus campos magnéticos se retuercen hasta liberarse en forma de explosiones violentas.

Sin embargo no todas estas estrellas se comportan igual, pues eso depende de un disco que algunas tienen desde su nacimiento: en las que lo mantienen, el disco frena el giro y la liberación de energía, mientras que en las demás no hay un obstáculo para la fuerza que se desprende de su interior generando llamaradas más potentes.

¡Al infinito, y más allá!

Así, la investigación muestra que el comportamiento de una estrella joven puede decidir si un planeta conservará o no su atmósfera. Si la estrella gira muy rápido y produce llamaradas muy fuertes, esas explosiones pueden calentar y arrancar el aire del planeta antes de que la vida siquiera tenga oportunidad de surgir; en cambio, si la estrella es menos violenta en sus primeros millones de años, el planeta puede mantener su atmósfera y desarrollar condiciones estables.

Este hallazgo cambia la manera en que buscamos mundos habitables, pues durante años los estudios se enfocaron principalmente en encontrar planetas del tamaño de la Tierra, ubicados a una distancia adecuada de su estrella, en donde la temperatura permita la presencia de agua líquida. Pero esta investigación plantea que esto puede no ser suficiente. Antes de preguntarnos si un planeta sostiene vida debemos preguntarnos: ¿su estrella lo deja respirar?

En nuestro Sistema Solar tenemos un ejemplo cercano que nos ayuda a visualizar mejor el fenómeno: se trata de Marte, que hoy tiene una atmósfera muy delgada, cerca del 1 % de la de la Tierra. Aunque su historia es compleja y tiene varias causas, se sabe que la interacción con la radiación del Sol contribuyó a que el planeta perdiera gran parte de su aire, pues era más pequeño e indefenso. Esto muestra lo frágil que puede ser la atmósfera de un planeta y por qué es tan importante que la estrella que lo acompaña no sea demasiado violenta en su etapa joven.

Todo esto nos recuerda que la vida no es algo que se pueda dar en cualquier parte del universo y de la misma forma. Necesita condiciones delicadas, tiempo suficiente y una estrella que no destruya aquello que intenta nacer.

Entender cómo funcionan las estrellas jóvenes no solo nos ayuda a buscar otros mundos, sino que además nos invita a valorar el nuestro, porque si estamos aquí es en parte porque hace miles de millones de años nuestro Sol decidió no ser tan violento, y eso, en términos cósmicos, es un gesto de suerte extraordinaria.









lunes, 10 de noviembre de 2025

UNAL impulsa modelo integral de humanización en la atención y formación en salud

 Desde permitir el ingreso de animales de compañía a las UCI hasta crear pactos académicos por el aprendizaje humanizado, la Universidad Nacional de Colombia (UNAL) y su Hospital Universitario Nacional (HUN) han convertido la humanización en un modelo institucional que acompaña la atención en salud y la formación médica. Programas pioneros como “Huellas que sanan” o el pódcast “Tú no eres 1+” hoy son referentes de cómo la empatía, la escucha y el bienestar se traducen en políticas medibles, sostenibles y profundamente humanas.

En los sistemas de salud la humanización ha emergido como una obligación que trasciende la atención clínica para convertirse en un elemento transformador del bienestar. En este escenario, la Facultad de Medicina de la UNAL y el HUN son instituciones pioneras en el desarrollo de modelos complementarios para integrar este valor tanto en la formación de nuevos profesionales como en la prestación de servicios.

Durante el cierre del V Simposio de Humanización en Salud —un espacio creado para reflexionar sobre el valor de la educación, la comunicación y la innovación en la atención centrada en las personas— se destacó el trabajo del HUN, entidad que durante 10 años ha demostrado que transformar implica superar la normalización de las malas prácticas mediante procesos que “van más allá de la lógica y del deber ser”, según el doctor Jairo Pérez Cely, director de Cuidado Crítico del Hospital.

El modelo del HUN está estructurado en 6 líneas estratégicas y operativas que impactan tanto a los pacientes y sus familias como al personal; estas son: (i) la calidez humana, expresada en el bienestar del profesional y en la calidad del encuentro con el paciente, (ii) el confort, que se materializa en las condiciones físicas y ambientales de la Institución, pensadas para favorecer el bienestar de todos, (iii) la dignidad y el respeto, que se mantienen como políticas no negociables de buen trato, (iv) la comunicación, abordada integralmente, diferenciando entre informar con claridad y escuchar con empatía, (v) la compasión, que se refleja en el acompañamiento activo durante el sufrimiento —por ejemplo a través del “Libro de humanización”, una práctica en la que pacientes y familias comparten sus voces y experiencias, y (vi) la solidaridad, que se manifiesta en el apoyo a personas en condiciones difíciles, tanto colaboradores como pacientes, mediante tecnologías amigables que explican anticipadamente el funcionamiento de los equipos médicos y ayudan a reducir la ansiedad.

Un ejemplo tangible de esta visión es el programa “Huellas que sanan”, que desde 2022 ha permitido el ingreso y acompañamiento emocional de más de 50 animales de compañía de pacientes hospitalizados, incluso en unidades de cuidado intensivo.

Otro es el pódcast “Tú no eres 1+”, en donde se explican las seis líneas de humanización a través de experiencias reales. “Esta estrategia, enmarcada en la solidaridad y la compasión, no nació de un comité directivo sino de la escucha activa de una necesidad familiar”, subraya el doctor Pérez.

El modelo se sostiene gracias a sistemas de medición rigurosos, como el Manual de buenas prácticas de humanización para UCI, que incluye 160 estándares evaluables, desde la iluminación y el ruido hasta el trato cordial. El cumplimiento de estos parámetros motivó a los pacientes a otorgarle un reconocimiento simbólico al HUN en mayo de 2025.

Formando para humanizar

En paralelo, desde 2016 la Facultad de Medicina de la UNAL ha construido un modelo educativo transformador bajo el principio rector “humanizar para formar y formar para humanizar”. Este enfoque responde a factores que afectan el desempeño y la permanencia estudiantil, tanto en la adaptación inicial como en etapas de exigencia clínica y profesional.

Además, la Institución ha desarrollado 5 programas interconectados que conforman el núcleo operativo de su estrategia. Estos son:

  • Programa de Apoyo a las Transiciones: mediante apoyo académico, psicosocial y de bienestar, acompaña cuatro momentos fundamentales: ingreso, paso a las clínicas, internado y egreso profesional.
  • Plan Actívate con la Facultad: incorpora la dimensión lúdica y deportiva como elemento esencial para el equilibrio vital.
  • Programa Praxis: se centra en el aprendizaje a través de la simulación a lo largo del plan de estudios.
  • Programa Nexus: fortalece la integración clínica con metodologías de aprendizaje basado en casos.
  • Pacto Académico por el Aprendizaje Significativo y Humanizado: establece un acuerdo entre estudiantes, docentes y directivos, el cual redefine la relación pedagógica y promueve entornos de confianza y respeto mutuo. “Este pacto se fundamenta en principios de neuroeducación, es decir en el conocimiento científico sobre cómo aprende el cerebro y cómo influyen las emociones en la memoria, la atención y la motivación”, señala la profesora María Luisa Cárdenas Muñoz.

Con base en estos principios, el programa busca fortalecer ambientes de aprendizaje respetuosos y empáticos, en los cuales los estudiantes puedan expresar sus dudas y asumir los errores como parte del proceso formativo, entendiendo que equivocarse también enseña. Además, promueve calendarios unificados de evaluación, ajustes en la carga académica y una evaluación formativa orientada al crecimiento y no solo a la calificación.

Sinergia institucional hacia un modelo integral

La convergencia de estos esfuerzos representa una apuesta innovadora en la que la excelencia académica y la humanización son dimensiones complementarias.



viernes, 7 de noviembre de 2025

Instituto de Ciencias Naturales: 89 años custodiando el ADN de la biodiversidad colombiana

 Con más de 3.500.000 ejemplares biológicos –desde los recolectados por José Celestino Mutis y Alexander von Humboldt hasta las más recientes investigaciones en flora y fauna–, el Instituto de Ciencias Naturales (ICN) de la Universidad Nacional de Colombia (UNAL) se proyecta hacia el futuro con la construcción de nuevos edificios diseñados para garantizar la conservación de las colecciones nacionales y fortalecer la investigación en biodiversidad. La conmemoración coincidió con el inicio de la obra del nuevo edificio, símbolo del renacer científico y patrimonial de la Institución.

Fundado el 6 de noviembre de 1936 por el padre Enrique Pérez Arbeláez, botánico jesuita y visionario de la ciencia en el país, el ICN se consolidó como un referente latinoamericano en el estudio de la naturaleza. Su origen se remonta incluso a 1929, cuando Pérez Arbeláez creó el Herbario Nacional Colombiano, antecedente directo del Instituto que hoy alberga los ejemplares más antiguos de la Expedición Botánica y de figuras como Francisco José de Caldas.

“Una institución con 89 años que haya logrado permanecer y consolidar colecciones con millones de ejemplares, junto con 33 profesores con título de doctorado, es todo un hito y un reto”, señala el biólogo Gonzalo Andrade Correa, director del ICN.

El Instituto reúne 4 grandes áreas del conocimiento: botánica, zoología, arqueología y paleontología, que permiten abordar articuladamente la biodiversidad y la historia natural de Colombia desde múltiples frentes.

En el área de botánica se recogen, identifican y estudian plantas y hongos que constituyen la base de numerosos ecosistemas, así como de saberes y usos tradicionales que forman parte del patrimonio biocultural del país.

La sección de zoología investiga desde insectos hasta grandes vertebrados, aportando al conocimiento de la fauna nacional, su clasificación, distribución, relaciones ecológicas y estrategias de conservación.

A través de la arqueología, el Instituto explora vestigios humanos y su entorno natural para reconstruir cómo las comunidades del pasado se relacionaron con la naturaleza y cómo esos procesos modelaron los paisajes actuales.

Mediante la paleontología, se estudian fósiles que documentan la evolución de la vida y los cambios ambientales a lo largo del tiempo, contribuyendo así a entender la historia geológica del territorio colombiano.

Tales líneas de acción no solo nutren la docencia y la formación de biólogos y naturalistas, sino que también sustentan la asesoría técnica y científica que el ICN le presta al Estado colombiano.

Por mandato de la Ley 99 de 1993, el Instituto es asesor del Ministerio de Ambiente y Desarrollo Sostenible y una de las autoridades científicas designadas por Colombia ante la Convención CITES. Además, desde 2003 actúa como “Punto focal del Gobierno en el Programa Global de Taxonomía del Convenio sobre Diversidad Biológica” y forma parte del Comité Nacional de Categorización de Especies Amenazadas, encargado de establecer el estado de conservación de la fauna y flora del país.

Colecciones nacionales, un tesoro vivo para la ciencia

Las colecciones nacionales de biodiversidad resguardadas por el ICN constituyen la base del conocimiento biológico del país. Allí reposan peces, anfibios, reptiles, aves, mamíferos, insectos, moluscos, crustáceos y plantas que documentan la riqueza natural de Colombia, además de ser fuente de consulta para estudiantes e investigadores nacionales y extranjeros.

Sin embargo, la infraestructura que las alberga —el edificio 425 de la UNAL, construido en la década de 1970— ha sufrido deterioro estructural por falta de sismorresistencia y por filtraciones causadas por las lluvias intensas en Bogotá, que en los últimos años han superado los niveles históricos de precipitación, lo que ha provocado inundaciones y daños progresivos en la estructura.

“Hoy no hay dónde poner un espécimen más”, advierte el profesor Andrade, al explicar que el fracturamiento del edificio y la falta de espacio han hecho necesario planear un nuevo complejo arquitectónico que garantice la protección y conservación de las colecciones científicas del Instituto.

El proyecto contempla 3 etapas: la primera, actualmente en ejecución, comprende la construcción de dos edificios dedicados al área de botánica, financiados por el Fondo para la Vida y la Biodiversidad del Ministerio de Ambiente; la segunda incluirá nuevas edificaciones para albergar las colecciones zoológicas, arqueológicas y paleontológicas, cuya financiación está en trámite; y la tercera corresponde a la recuperación del actual edificio 425, que será devuelto al Museo de Historia Natural, con estudios técnicos ya en curso.

“Pasaremos de 7.000 a cerca de 15.000 metros cuadrados en total. Estos nuevos espacios, con cimentaciones de hasta 50 m de profundidad, garantizarán la estabilidad estructural y la seguridad de las colecciones frente al peso, la humedad y los movimientos sísmicos”, anota el académico.

Los edificios serán bioclimáticos, diseñados para aprovechar la ventilación y la iluminación natural, reducir el consumo energético y mantener condiciones ambientales estables, fundamentales para conservar especímenes biológicos y materiales sensibles.

El proyecto busca además certificaciones ambientales y diseños alineados con los Objetivos de Desarrollo Sostenible (ODS), de modo que el nuevo complejo del Instituto se convierta en referente nacional de sostenibilidad y resiliencia en infraestructura científica.

Una construcción colectiva

El avance del proyecto ha sido fruto del trabajo conjunto de profesores, arquitectos y directivas universitarias. Desde 2018, el profesor Andrade lidera la gestión de recursos con apoyo de las decanaturas de Ciencias y la Vicerrectoría de la Sede Bogotá. También reconoce el respaldo de los  rectorados de Dolly Montoya y Leopoldo Múnera, así como el compromiso de la Oficina de Ordenamiento y del Ministerio de Ambiente, que aportó los primeros fondos.

“Solo no lo hubiera logrado. Ha sido un proceso largo, con discusiones académicas y de diseño que reflejan el compromiso de toda la comunidad del ICN”, subraya.

Con la primera obra ya en marcha y la gestión de las siguientes fases en curso, el Instituto se prepara para entrar en una nueva era. “El reto es tener edificios dignos de la biodiversidad colombiana, que sirvan de modelo para el país y garanticen la conservación del conocimiento natural durante los próximos 25 años”, concluye el profesor Andrade, quien ofreció sus aportes al tema durante el programa Natural… mente, emitido por Radio UNAL y conducido por el profesor Jaime Aguirre, de la Facultad de Ciencias.










jueves, 6 de noviembre de 2025

VIJES CELEBRARÁ SU III FESTIVAL DE AVES

 CON RUTAS DE AVISTAMIENTO, TALLERES Y ACTIVIDADES CULTURALES

Del 7 al 9 de noviembre, el municipio de Vijes será escenario del tercer Festival de Aves, un encuentro que busca promover la conservación de la biodiversidad local, el turismo de naturaleza y la apropiación del territorio a través del avistamiento y la educación ambiental.

El festival contempla tres rutas de avistamiento en puntos estratégicos del municipio: el humedal Carambola, la Ruta Patrimonial Alaska y la ruta Entre vecinos, ubicada en el corregimiento Villamaría. Allí, los asistentes podrán apreciar algunas de las aproximadamente 200 especies registradas en la zona, entre las que destacan tangaras, euphonias, colibríes y aves asociadas a los humedales como garzas e ibis

 “Los invitamos a este tercer Festival de Aves que este año lleva el slogan ‘Conservando nuestro futuro’. Tendremos talleres de pintura, charlas con expertos y espacios para compartir experiencias. Es una oportunidad para conocer la cultura, gastronomía y diversidad de Vijes”, señaló Luis Alfredo Caicedo, guía turístico y uno de los organizadores del evento.

Por su parte, Francene Molina, funcionaria de la Regional Suroccidente de la CVC, destacó el valor de respaldar iniciativas comunitarias que fortalecen la conservación. “Este tipo de actividades no solo protegen las aves y sus hábitats, sino que también empoderan a las comunidades en la gestión sostenible de su territorio”, afirmó.

Agenda académica y cultural

Las charlas y talleres se desarrollarán en el Centro Técnico y Tecnológico del SENA de Vijes, con la participación de expertos invitados:

•    Milton Reyes (CVC) – Introducción al estudio del canto de las aves
•    Néstor Raúl Vélez – Las aves y el desafío ambiental
•    Andrés Felipe Cruz (biólogo) – Estudio de las aves
•    Joiber Daniel Ruiz Urrea – Presentación fotográfica sobre 15 años de registro de aves en Vijes
•    Ligia Teresa Tovar – Educación ambiental y enfoque sistémico: experiencias de innovación social

 

Las personas interesadas en participar pueden comunicarse a los teléfonos: 317 096 0178
-  315 497 6568.







jueves, 30 de octubre de 2025

Comunidad en el Apaporis crea modelo intercultural para cuidar la Amazonia

 En pleno corazón del territorio indígena Yaigojé Apaporis, líderes de la comunidad de Bocas del Pirá y un investigador en estudios amazónicos unieron esfuerzos para fortalecer el cuidado del territorio a través de un diálogo entre saberes. Durante 6 meses, la iniciativa promovió acuerdos sobre el manejo de residuos y el cuidado del agua, en respuesta al aumento de plásticos, la contaminación de los ríos y la pérdida de prácticas tradicionales de limpieza y reciprocidad con la selva. La experiencia comprobó que la selva se cuida mejor cuando la ciencia aprende a escuchar al conocimiento ancestral.

A más de 800 km de Bogotá, en la confluencia de los ríos Caquetá, Apaporis y Popeyaká, se extiende una franja amazónica de más de 1 millón de hectáreas que abarca los departamentos de Vaupés y Amazonas. En esta región, que recibe entre 2.900 y 3.400 mm de lluvia al año, cada sonido, planta y corriente de agua cumple una función vital. El área, una de las más biodiversas del país, alberga más de 300 especies de aves, 200 de peces y decenas de plantas medicinales empleadas en rituales tradicionales, muchas de ellas aún desconocidas por la ciencia.

En ese territorio, pueblos como los macuna, tanimuca y letuama han tejido su existencia a partir de principios culturales de manejo. En su cosmovisión, los ríos tienen dueños espirituales, los árboles son ancestros y cada acto humano —sembrar, pescar, cazar o curar— es un gesto de reciprocidad con la selva. Pero en las dos últimas décadas ese equilibrio ha comenzado a transformarse.

A las malocas, que durante siglos solo recibían frutos, fibras y utensilios biodegradables, llegaron botellas plásticas, empaques metalizados, latas y bolsas traídas por comerciantes fluviales desde Mitú, La Pedrera, Leticia o Brasil. Con ellas llegaron las gaseosas, las galletas de paquete, el arroz y la harina industrial, el aceite embotellado, el alcohol, los jabones y los detergentes, productos ajenos a la economía de autoconsumo que ahora se han vuelto cotidianos.

Los residuos de yuca, pescado o frutas que antes se biodegradaban fácilmente con las lluvias fueron reemplazados por envolturas que no tienen un retorno posible. El plástico comenzó a acumularse alrededor de las malocas y en los caños, o a quemarse a cielo abierto, dejando un humo agrio que los mayores describen como “aire enfermo”.

Por si fuera poco, a esta invasión silenciosa se suma la presión de la minería aurífera y la tala ilegal, que contaminan las aguas con mercurio y abren trochas en el bosque, alterando además el pensamiento cultural y el control espiritual del territorio, y debilitando las formas tradicionales de gobierno.

Frente a este panorama, Carlos Andrés Cáceres Chaves, magíster en Estudios Amazónicos de la Universidad Nacional de Colombia (UNAL) Sede Amazonia, se internó durante 6 meses en la comunidad de Bocas del Pirá para entender cómo los saberes tradicionales pueden dialogar con la ciencia ambiental convencional.

El diálogo como forma de gestión

El estudio se desarrolló en el marco del proceso político y organizativo del Consejo Indígena del Yaigojé Apaporis (CITYA), articulado con el Régimen Especial de Manejo (REM) establecido en 2018 para coordinar la administración conjunta entre Parques Nacionales Naturales y las autoridades indígenas del territorio. En ese sentido, el magíster propuso un ejercicio colaborativo orientado a fortalecer la gestión ambiental a partir del diálogo intercultural.

“Lo más difícil fue aprender a soltar el conocimiento propio para aceptar el del otro. Venimos de una formación occidental muy estructurada, pero en el territorio hay otra forma de pensar, de sentir y de conocer. Solo cuando dejamos de vernos como ‘blancos’ o ‘indígenas’ y nos reconocimos como pares empezó el verdadero trabajo”, relata el investigador.

El proceso incluyó recorridos por el territorio, talleres con mayoras y sabedores, y la elaboración de cartografías participativas en las que los habitantes dibujaron su territorio identificando zonas de pesca, chagras, sitios sagrados y lugares afectados por residuos o tala.

Uno de los momentos más significativos ocurrió cuando el investigador fue invitado al baile del chontaduro, ceremonia que dura tres días y dos noches sin dormir, en la que se transmiten conocimientos sobre el equilibrio del territorio. “Ahí entendí que la educación ambiental no se enseña en un aula sino en el cuerpo, en la danza, en la energía compartida con la selva”, recuerda.

De estas experiencias surgieron dos resultados concretos: el documento “Estructura de gobierno comunitario – Comunidad de Bocas del Pirá” y la propuesta “Educación ambiental intercultural en el territorio indígena Yaigojé Apaporis”, ambos construidos en talleres colectivos.

El primero se concibe como una guía metodológica para fortalecer el gobierno comunitario en torno al manejo ambiental del territorio. En él, la comunidad estableció de forma autónoma roles, funciones y protocolos internos para proteger sus recursos naturales. También creó un Comité de Manejo Ambiental, fundamentado en los principios de manejo cultural e interculturalidad, encargado de promover acuerdos locales, coordinar acciones de monitoreo y resolver conflictos menores relacionados con el uso del territorio.

El segundo producto articula la enseñanza formal con el calendario ecológico indígena, que organiza el año según los ciclos del río, la floración de los árboles y las ceremonias tradicionales. Allí la educación ambiental se convierte en una práctica viva: los niños observan plantas medicinales, reconocen los sitios sagrados, identifican especies de aves y peces, y escuchan a los abuelos narrar historias que vinculan el comportamiento del bosque con el bienestar colectivo.

“El territorio no es solo el contexto de la educación, es su contenido, su método y su sentido”, enfatiza el magíster.

Las iniciativas, validadas en la maloca de Bocas del Pirá y ratificadas por el CITYA, representan un modelo de gestión ambiental intercultural que traduce principios espirituales en acciones cotidianas y consolida el liderazgo de sabedores y mayoras como autoridades ambientales del territorio.

Como parte del proceso, el investigador se apoyó en la idea de “multinaturalismo”, una noción que, en palabras sencillas, reconoce que no existe una única naturaleza, sino muchas formas de  vida que conviven en el mismo mundo. En la visión macuna, los ríos, los animales o las montañas no son recursos sino seres con memoria y voluntad, con quienes se mantienen relaciones de reciprocidad.

“En su idioma no existen palabras como ‘pobreza’ o ‘mañana’ porque no hay acumulación ni ansiedad por el futuro. Su riqueza está en coexistir sin romper los vínculos que sostienen la vida”, anota el magíster Cáceres.

Por eso, el trabajo concluye que cuidar el territorio no se trata solo de conservar árboles o recoger basura, sino de mantener vivas las relaciones entre quienes lo habitan y lo que les da sustento. La educación y la gestión ambiental, más que metas, son procesos que se renuevan cada vez que la comunidad se reúne, conversa y actúa en conjunto. En esos encuentros —ya sea limpiando un caño, sembrando una chagra o escuchando a los abuelos— se reconstruyen confianzas, se transmiten saberes y se fortalecen los lazos que permiten seguir viviendo en equilibrio con la selva.







 



miércoles, 29 de octubre de 2025

SE FORTALECE LA CONECTIVIDAD ECOLÓGICA CON LA SIEMBRA DE 500 ÁRBOLES EN YUMBO

 EN LA RESERVA FORESTAL PROTECTORA NACIONAL AGUACATAL (LA ELVIRA) Y CERRO DAPA CARISUCIO

Un total de 400 árboles de especies nativas fueron sembrados en la vereda El Diamante, corregimiento de Dapa, con el propósito de regenerar áreas impactadas por la ganadería y fortalecer a la cuenca del río Arroyohondo.

La jornada se desarrolló en el marco del proyecto de Herramientas de Manejo del Paisaje (HMP), orientado a conservar, restaurar y mejorar la conectividad ecológica, la biodiversidad y los servicios ambientales del territorio. Participaron actores como el Batallón de Policía Militar No. 3 General Eusebio Borrero Costa, estudiantes de la Institución Educativa Rosa Zarate y la organización Dapaviva.

Siembra en Santa Inés

 En otra jornada, y con motivo del Día Mundial de la Protección de la Naturaleza (18 de octubre), se sembraron 100 árboles en el corregimiento de Santa Inés, también en el municipio de Yumbo. Esta actividad hizo parte de la Campaña por el Orgullo del río Yumbo, liderada por la CVC y que impulsa acciones de restauración y uso sostenible en dicho municipio, como parte de los Acuerdos Recíprocos por el Agua, firmados con propietarios de predios para la preservación de bosques y de nacimientos acuáticos. 

“Dentro de la campaña, se han firmado 13 acuerdos en la cuenca del río Yumbo, con una intervención total de 292,21 hectáreas: 259,2 hectáreas dedicadas a la conservación de ecosistemas abastecedores de agua y 32,23 hectáreas destinadas al uso sostenible, gracias al compromiso de los propietarios de la cuenca alta”, señaló Mónica Hernández, coordinadora de la campaña.

En esta siembra se utilizaron especies como gualanday, algarrobo y acacia mangium, entre otras, en el predio Escocia 2, donde además se adelanta un programa de turismo científico. Esta zona también se encuentra dentro de la Reserva Forestal Protectora Nacional Aguacatal (La Elvira) y Cerro Dapa Carisucio.

 “Con esta siembra contribuimos a la conectividad biológica de fragmentos de bosque, facilitando la movilidad de la fauna silvestre”, destacó Wilmar Bolívar, biólogo-zoólogo y director científico de Escocia 2.